Conocer la gloria de Dios, de eso se trata la vida cristiana

El siguiente texto fue tomado de coalicionporelevangelio.org "Conocer la gloria de Dios, de eso se trata la vida cristiana" por Gerson Morey. Ver artículo original aquí.

“Pues Dios, que dijo: ‘De las tinieblas resplandecerá la luz’, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” 2 Corintios 4:6.

Leyendo 2 Corintios 4, me detuve en este texto, principalmente en la frase: “para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo”. ¡Cuánto he meditado en esto y me ha bendecido! Mi meditación en estos días ha girado en torno a la gloria de Dios. En particular, tener conocimiento de ella. Muchas preguntas surgieron que hicieron mi meditación más compleja y extensa, pero a la vez edificante. Algunas de las interrogantes que me planteaba fueron estas:
  • ¿Por qué Dios quiere que conozcamos su gloria?
  • ¿Qué pasa si no la conocemos?
  • ¿Cuál es el beneficio de conocer su gloria?
  • ¿Por qué Dios cree tan importante que nosotros la conozcamos?
  • Y si es tan importante, ¿por qué sentimos que esa gloria (o ser tocados por ella) muchas veces nos es tan esquiva?
  • Si su gloria es tan grande, ¿por qué vivimos cómo si fuese pequeña?
  • Si es trascendente, ¿por qué nos afecta y nos motiva poco?
  • ¿Por qué parece no ser algo más relevante en nuestra vida?
  • ¿Por qué nuestro sentido interno de su gloria es tan débil y tan poco frecuente?
  • ¿Por qué nuestra percepción y apropiación de esa realidad es tan efímera y superficial?
Después de leer 2 Corintios 4:6 y analizar las preguntas anteriores, concluyo que este pasaje es instructivo y revelador, por varias razones.

Dios nos comunica su gloria 

Nadie le pidió a Dios que resplandezca en nosotros para que veamos su gloria. Esto fue una decisión y una acción suya. Fue gracia soberana. Así como nadie pidió la luz natural en Génesis 1:3 y Él la trajo. Él tomó la iniciativa de resplandecer para que veamos esa gloria.

Dios considera que lo fundamental para el hombre es conocer Su gloria. Como decía Jonathan Edwards: “Dios nos comunica su gloria. Él quiere que entremos en contacto con ella”. Para Dios, revelar su gloria es su gran deseo y para nosotros conocerla es nuestra gran necesidad; volver a tenerla en, con, y para nosotros.

La gloria de Dios es la grandeza y majestad, es decir, la superioridad y hermosura de su persona por sobre la creación, los pueblos, y los dioses (Dt. 5:24; Jud. 1:24; Sal. 29:9; 97:9). Un pasaje que resume bien esto, y contiene todas estas verdades es Isaías 40:12-25.

Su gloria es exhibida y accesible a nosotros en Cristo. El Hijo de Dios vino para mostrar esa gloria porque Él es la gloria: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14, cursiva añadida). Sin embargo, para experimentarla algo debe pasar primero: el Señor debe traer luz al corazón. Esa gloria nunca será vista a menos que Dios resplandezca: “Pues Dios, que dijo: ‘De las tinieblas resplandecerá la luz’, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Co. 4:6).

Lo que necesita el pecador es conocer la gloria de Dios porque en ella está la esperanza del mundo. La verdadera dicha y la más terrible miseria tienen que ver con Su gloria: todo lo malo, es un problema de gloria, todo lo bueno tiene que ver con la gloria. La experiencia humana tiene que ver esencialmente con esto. Todo en la vida encuentra su explicación y sentido únicamente desde la gloria. Cuando entendemos todo en relación a la gloria de Dios empezamos a entender todo correctamente.

Dios nos permite ver su gloria

El hombre no regenerado no busca esa gloria porque él no la percibe ni la entiende. En su estado natural, el hombre no quiere, no persigue ni anhela esa gloria; porque está ciego ante ella. Para el hombre sin Cristo, la gloria no existe: no la siente, tampoco la ve, ni le preocupa. Por esto hay algo llamado el mal. En realidad, la falta de gloria constituye el pecado (Ro. 3:23).

El único contacto que el inconverso tiene con esta realidad es el uso gramatical para describir algo que considera bueno o hermoso. Pero es un uso y una apreciación estrictamente terrenal. ¡Qué desperdicio! Nada de eso tiene que ver con la realidad de la verdadera gloria. Pero para nosotros, los que estamos en Cristo, esto es tan vivo, real, y cercano como lo están las huellas digitales a nuestros dedos. La gloria se vistió de piel y se acercó a nosotros (Jn. 1:14). La vemos porque Dios resplandeció. Al mismo Cristo que los incrédulos no ven, ahora nosotros vemos, porque Dios nos alumbró (Mt. 4:16). ¡Oh cuán precioso sol ha encendido Dios! (Mal. 4:2). Ahora vemos y tenemos esa gloria.

Conocer su gloria y disfrutar la vida en ella. De eso se trata la existencia, porque nos da el enfoque correcto: una vida bien vivida, fructífera, y que no se desperdicia porque cumple con su papel en el evangelio, esa es la gloria de Dios manifestada en el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Esto no es un aspecto más de la experiencia cristiana o de la existencia humana. No es un agregado ni un beneficio más. La existencia tiene que ver fundamentalmente con Su gloria.

Ahora bien, Dios ha dado a conocer su gloria a los hombres. Ha comunicado esa gloria en Cristo (Heb. 1:3). ¡Conocer la gloria de Dios! Ese es nuestro problema, pero también nuestro gozo y esperanza. Cuando el hombre conoce, tiene, y es tocado por esa gloria, Dios es glorificado.

Conocer esa gloria es indispensable para la humanidad. No puede ser de otra manera. La gloria no es una realidad complementaria ni un suplemento opcional. Es la realidad. Es lo más serio; es la vida, la sensatez, y esperanza para el hombre. Desde mi interior afirmo: ¡Déjanos verla, oh Señor, mirarla, y admirarla con mayor claridad! ¡Qué vivamos por ella!

¿Cómo experimentamos la gloria de Dios a plenitud?

No podremos experimentar esa gloria de una manera nueva y transformadora sin estas dos realidades:

Primero, es indispensable. Debemos estar convencidos de que conocer esa gloria —de manera continua— es nuestra necesidad más fundamental.

Segundo, conocer y crecer en esa gloria es una realidad sobre la que no tenemos poder. Carecemos de toda habilidad para lograr conocer más y ser alcanzados por esa gloria. Somos absolutamente dependientes de Dios. Convencernos que no podemos hacer nada, que somos incapaces de hacer progresos por nosotros mismos para conocer más y mejor esa gloria.

Esa doble consciencia nos causará desear más a Dios y hará que lo busquemos con desesperación y lo miremos continuamente. Dile al Señor estas palabras:

“Danos Señor, un sentido interno de tu gloria, una percepción espiritual de ella. Una conciencia viva que toque el corazón para la transformación del creyente y para testimonio al incrédulo”.

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